Por más difícil que resulte aceptarlo, todo el mundo coincide en que nada hay como el primer contacto sexual con una persona distinta. No se trata de amor, ni siquiera de comunicación o afinidad hacia una persona especial, sino del instinto y el grado de excitación que guían irremediablemente hacia la experiencia de una nueva pareja. Existen distintas razones científicas para creer que la poligamia es el estado deseable en la naturaleza de los mamíferos; sin embargo, cuando se trata del ser humano las convenciones sociales y los lazos entre individuos hacen aún más compleja la respuesta.

¿Acaso somos infieles por naturaleza? ¿Será que los impulsos biológicos premian a las personas que buscan distintas parejas sexuales? El efecto Coolidge puede ser el principio de una explicación argumentada y realista.

El mejor ejemplo para explicar el fenómeno Coolidge es la anécdota que vivió el encargado de una granja experimental en los Estados Unidos cuando Calvin Coolidge (expresidente de los Estados Unidos) acudió junto a su esposa, Grace a visitar el lugar.

Mientras recorrían el lugar por separado, la Primera Dama observó que un gallo se apareaba frenéticamente con las gallinas. Sorprendida, preguntó al responsable por el número de veces que el animal tenía sexo. Él respondió: “Docenas de veces al día”. Rápidamente, Grace replicó con gracia: “Asegúrese de contárselo al presidente cuando pase por aquí”. Cuando el encargado encontró al Presidente le dio el mensaje y después de una pausa, Calvin cuestionó interesado: “¿Lo hace todo el tiempo con la misma gallina?” y respondió “No señor Presidente, con una distinta cada vez”. Coolidge cerró con un “Cuénteselo a la señora Coolidge”.

La esencia de este fenómeno está en el lapso conocido como periodo refractario: se trata del intervalo de tiempo necesario para volver a sentir excitación sexual después de alcanzar un orgasmo. Los mamíferos y la gran mayoría de animales que se reproducen sexualmente experimentan un periodo refractario determinado en el que los niveles de serotonina descienden dramáticamente después de alcanzar el clímax, mientras que con la segregación de prolactina ocurre el efecto opuesto. Entonces aparece hipersensibilidad en los órganos sexuales, acompañada de una pérdida de erección y el deseo sexual desaparece por un rato, hasta que el organismo se recupera de tal episodio.
Cualquier persona sexualmente activa reconoce el periodo refractario mientras lo experimenta y sabe que nada puede hacer para vencerlo, más que esperar a que el cuerpo vuelva a sus condiciones normales para empezar de nuevo. Sin embargo, existe una excepción comprobada una y otra vez por estudios científicos en un sinfín de organismos animales.

El efecto Coolidge es la disminución del tiempo del periodo refractario provocada por la aparición de una nueva pareja sexual. La naturaleza recompensa a los individuos que tienen sexo con distintas parejas, agilizando la recuperación después de la eyaculación y provocando una respuesta más ágil, siempre y cuando el estímulo sea provocado por una compañera sexual distinta a la anterior.

Las causas de esta predilección por una pareja distinta se deben a un subidón de dopamina, que prepara al organismo para otra relación sexual frente a la novedad de un compañero sexual. Biológicamente, el efecto Coolidge es parte de las distintas estrategias de la evolución para favorecer la reproducción y asegurar la descendencia de la vida en las especies sexuales. A pesar de lo polémico que pueda resultar cuando se trata de hombres y mujeres con raciocinio y sentimientos de por medio, este mecanismo constituye un poderoso aliciente para practicar la poligamia.

La lógica sexual apunta como causa de este efecto a la búsqueda del aumento en la cantidad de ejemplares disponibles por especie. El periodo refractario indica el instante de parar una vez que se produce la eyaculación; no obstante, la aparición de otra hembra en celo provoca un tránsito veloz del momento refractario hacia la disponibilidad sexual, con miras a copular con el nuevo ejemplar.

La naturaleza de tal estimulación podría estar fuertemente relacionada con la genética: cuando se trata de sexo en términos biológicos, no existe nada mejor que la variabilidad. El sexo es un mecanismo de acierto y error que une organismos distintos en busca de variabilidad genética. Se encarga de crear distintas mutaciones y de vez en cuando, uno de estos cambios resulta en una transformación significativamente positiva para cualquier especie. Entonces el sexo cumple su cometido: perpetuar la vida a través de la creación de individuos mejor adaptados al medio.


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