Imagina esto: una tarde cualquiera la persona que amas te dice que no puede quedarse un rato más porque irá al cine con su otra pareja. Entonces, casi paralizada, respondes: “Está bien, hablamos luego, dale saludos de mi parte”.

Esta escena puede causar rabia en algunos y gracia en otros, todo depende del modo en que nos concebimos a nosotros mismos.

Es decir, entendernos como una persona completa y autosuficiente ayuda a la construcción de relaciones no exclusivas. Quienes saben y aceptan que las personas no son objetos, pueden aceptar que nadie pertenece a nadie. Ningún ser humano puede limitar, prohibir ni condicionar a otro. Generalmente, estas personas tienen una alta autoestima, seguridad y un gran amor propio. Encontrar la felicidad y plenitud persoal son su única prioridad. No “necesitan” estar con alguien, pues se sienten completos al permitirse estar cuando, como y con quien quieren.
Esto quiere decir que quienes prefieren una relación tradicional son, mayormente, seres incompletos o carentes. Para crear vínculos libres hace falta mucho carácter y amor propio.

Si bien es cierto que el amor romántico está cargado de falsedades y riesgos emocionales para quienes vierten toda su fe en él, también es un lugar cómodo que nos resistimos a abandonar. La razón por la que muchos prefieren relaciones típicas, gira en torno al asunto de la fidelidad.

De manera natural las personas nos atraen, aun cuando tenemos una pareja estable. Sin embargo, efectuar una infidelidad implica romper un compromiso moral y significa lastimar a quien decidimos amar.


La diferencia fundamental entre el amor libre y la infidelidad es sólo una: la mentira. Cuando decidimos llevar una relación libre –sin ataduras o límites– no es necesario mentir, podemos estar con otros sin represalias, culpas o consecuencias. Esto no sucede cuando prometemos fidelidad en una relación tradicional, la cual nos orilla a medir el respeto y amor de nuestra pareja a partir de la exclusividad.

El amor −el verdadero− siempre es libre. No obstante, son varias y distintas las maneras en las que acordamos compartirlo, vivirlo y disfrutarlo. Quienes deciden establecer una relación asentada en la monogamia no pueden vincularse sexual o emocionalmente con un tercero. Aunque muchas personas encuentran en este tipo de relaciones una estabilidad que los llena de confianza y tranquilidad, mucho se especula sobre la frustración que, en algún momento, la restricción de tener una sola pareja provoca.

Hay otros para quienes este tipo de vínculos, los eternos y monógamos, son caducos e ilusorios. Por lo tanto, ellos acusan de restrictiva esta manera de relacionarse y entonces, se atreven a crear nuevas formas de expresión amorosa, nuevos vínculos románticos y nuevas pruebas de lealtad de un modo no exclusivo.

No hay una manera única o correcta de relacionarse, menos de enamorarse. No hay una mejor que otra, sólo la que se define por la honestidad. Es decir, si buscamos una relación libre, debemos expresarlo desde un inicio. Si la otra persona acepta los términos, todo queda establecido y los riesgos de sufrir son menores. Si el otro no desea esa libertad, debemos respetarlo y decidir si podemos adecuarnos a sus preferencias, o si es mejor apartarnos. Afortunadamente o no, esa es la única manera de amar sin lastimar.

CC


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