Marzo de 1997, los tabloides londinenses llevan a portada un caso que deja a la opinión pública con la boca abierta. Una mujer había sido brutalmente asesinada en las calles de la city. Sin embargo, lo más perturbador ocurría después. El ADN de la sospechosa demostraba que había muerto semanas antes que la víctima.
Aquellos días se suelen recordar en las escuelas de criminología por dos cosas. En primer lugar, por lo inaudito de los hechos, la que debía ser a todas luces la principal sospechosa, había muerto antes que la víctima. En segundo lugar, el caso supuso una revolución en la metodología para resolver este tipo de sucesos.
El caso tras el asesinato
Policía forense en Londres. AP
Después de hallar el cuerpo de la víctima en las calles de Londres, la policía forense analizó la escena en busca de muestras de ADN. Encontraron material biológico bajo sus uñas, una señal que indicaba que pudo haber arañado a su atacante justo antes de morir.
Se analizó una muestra del material y se compararon los resultados con la base de datos de la policía. El resultado ofreció rápidamente un positivo. Con un problema: los análisis identificaron a una mujer como posible sospechosa que había sido asesinada tres semanas antes del último homicidio.
Ambos asesinatos habían tenido lugar en diferentes áreas de la capital y estaban siendo investigados por equipos separados de detectives. Por tanto, sin conexión alguna entre las dos mujeres y nada que pudiera sugerir que se hubieran conocido, el escenario más “probable” era que las muestras se hubieran mezclado o contaminado en el único lugar evidente en el que se habían reunido: el laboratorio forense . A partir de aquí comenzó un rompecabezas capitaneado por el forense Mike Silverman.
El análisis de los análisis de ADN
Crimen en Londres. AP
Silverman era por aquella época el jefe del Servicio de Ciencias Forenses, él fue el encargado de averiguar si había existido un error en el laboratorio. El hombre pensó que tal vez la muestra de la uña de la segunda víctima había sido etiquetada erróneamente y en realidad provenía de la primera víctima desde el principio. Poco después descartó esta posibilidad.
El forense acudió al laboratorio para observar las muestras una vez más. Revisó los patrones y los registros tomados por los médicos para ver si había alguna forma en que las muestras pudieran haberse mezclado accidentalmente. Negativo. De hecho, los dos conjuntos de muestras nunca salieron del laboratorio al mismo tiempo.
En cualquier caso, había algo a lo que agarrarse. Transcurrieron varias semanas entre los análisis de la primera y la segunda muestra, tiempo en el que participaron diferentes miembros del personal. Decidido a llegar al fondo del misterio, Silverman examina minuciosamente cómo se recogieron las muestras.
Muestras en la laboratorio forense. AP
Así fue como descubrió que ambos cuerpos fueron sometidos a una autopsia en la misma morgue, aunque llegaron con varias semanas de diferencia. Normalmente, las autopsias forenses (los casos de asesinato o muerte sospechosa) son mucho más detalladas que las autopsias estándar donde no hay crimen. Entre otros exámenes, se recogen muestras de sangre y órganos para pruebas toxicológicas, además, se toman y analizan los contenidos del estómago y las uñas.
Entonces Silverman parece dar con algo, por fin una posible respuesta. El cuerpo de la primera víctima había permanecido en el congelador durante varias semanas mientras la policía llevaba a cabo su investigación inicial. Un día antes de que el cuerpo de la segunda víctima hubiera llegado al depósito de cadáveres, el cuerpo de la primera víctima se había retirado del congelador para tomar muestras adicionales de las uñas.
¿Qué ocurrió? Que al día siguiente se utilizaron las mismas tijeras para cortar las uñas de la segunda víctima. Aunque las tijeras habían sido debidamente limpiadas entre ambos usos, el forense no pudo evitar preguntarme si el material genético había sobrevivido al proceso de limpieza para finalmente transferirlo a las uñas de la segunda víctima. De ser así, habría producido el perfil de ADN en el análisis posterior.
Muestras de ADN. AP
Mientras que hoy en día todos los que entran en una escena del crimen tienen que ponerse trajes y guantes especiales para no contaminar la escena, en 1997 nos encontramos en los albores de una tecnología que involucraba a los perfiles de ADN para resolver casos. Fue una época de aprendizaje donde se cometieron grandes fallos como el ocurrido en Alemania.
Silverman tomó las tijeras de uñas de la morgue y las analizó. Descubrió que había presencia de hasta tres perfiles de ADN distintos. Un análisis posterior en otros instrumentos de la morgue también evidenció contaminación de ADN, pero en este caso no era un problema. Por ejemplo, los cuchillos de las autopsias suelen tener muestras de ADN de varias personas, pero debido a que las incisiones nunca fueron muestras para el ADN, la contaminación cruzada no era un problema.
Así fue como Mike Silverman elaboró un memorándum urgente a todos los forenses y patólogos del país, un trabajo donde resaltaba el problema y sugería que en el futuro las muestras debían tomarse con tijeras desechables. Además, dichas tijeras debían introducirse en la bolsa de evidencias con las muestras de uñas para confirmar que fueron utilizadas una sola vez.
El sistema se hizo universal, y hoy en día sigue siendo uno de los pilares básicos a la hora de llevar a cabo una investigación forense sobre un posible caso de homicidio. [Written in Blood, BBC]