¿Has sentido un gran vacío cuando el último de tus invitados se va de una amena reunión que organizaste en tu casa? Ese hueco en el estómago, ese aire que necesitas exhalar al cerrar la puerta y esa sonrisa nostálgica al escuchar el silencio de tu casa vacía tiene un nombre: awumbuk.
La cultura Banning de Papúa Nueva Guinea fue la que nombró a esa y otras 156 emociones diferentes con palabras que nosotros ni siquiera conocemos y que tal vez nos hacen mucha falta para comprender algunas de las emociones que a veces parecen no tener explicación.
Así como la anterior, existen un sinfín de expresiones que en otras culturas sí se identifican con un nombre y que además se diferencian bastante de las expresiones con las que nosotros relacionamos nuestras emociones. La sonrisa, por ejemplo, es una de las muchas expresiones faciales que al contrario de lo que se pensaba no es universal, pues al noroeste de la Melanesia el antropólogo austrohúngaro Bronisław Malinowski descubrió una insólita costumbre en la que las mujeres de varias aldeas de las Islas Trobriand utilizan su sonrisa como una invitación social a la promiscuidad.
La sonrisa de las mujeres de Papúa Nueva Guinea es la magia de la atracción con la que este lugar se convierte en un paraíso de relativa libertad sexual. Mismo que continua siendo un tabú para todos aquellos que han intentado estudiar el fenómeno y el lenguaje por el medio del que hombres y mujeres de las aldeas de Trobriand se comunican.
En 1929, Malinowski publicó su libro “La vida sexual de los salvajes del noroeste de la Melanesia”, mismo en el que además de describir cómo las mujeres de todo un pueblo han convertido a los hombres en sus juguetes sexuales, también hace hincapié en las diferencias que desmienten que las expresiones humanas sean universales.
En primer lugar, Malinowski explica que la práctica femenina sobre los hombres de la aldea no es más que una tradición milenaria en la que las mujeres tienen derecho a tomar a los hombres de otros poblados mientras ellos limpian las huertas de las malas hierbas. Después de sorprenderlos ellas los convierten en sus objetos de entretenimiento y placer, pues los hombres permiten toda clase de violaciones sexuales individuales o en grupo durante las que estas mujeres también practican otro tipo de juegos, por no decir torturas.
Durante las violaciones las aldeanas de Trobriand pueden cubrir los cuerpos y rostros de los hombres con inmundicias y mientras los llenan de excremento y otros desperdicios, los maltratan físicamente de todas las formas posibles. Todo esto no es más que la vida sexual de los salvajes, pues no se trata de ningún delito o forma de esclavitud; para la cultura de Papúa Nueva Guinea la vida erótica y las diferentes formas de libertinaje en los mares del Sur son muy distintas a los que nosotros conocemos.
De lo anterior surge una prueba más que confirma que la psicología no puede generalizar, pues en un sociedad como la nuestra todo se rige por una construcción falsa basada en la interacción social, la influencia mediática, el sistema mercantil de conveniencias, entre otras cuestiones que no existen en el archipiélago de atolones de coral de Trobriand, en el cual no hay electricidad ni agua corriente. Por lo tanto, allí aflora la verdadera naturaleza humana.
Esta naturaleza está guiada por el vernáculo indígena que deja en libertad los impulsos sexuales de los salvajes, misma que se combina con la belleza y rareza de los ritos que esta cultura lleva a cabo frecuentemente antes de cualquier muestra de afecto o deseo.
Entonces, en una región donde la interacción social aún no se descubre como una forma de evolución, las mujeres y los hombres han aprendido a convivir de distintas maneras a las nuestras, las cuales se basan en formas de expresión distintas, por ejemplo, la de su deseo sexual. Para los hombres de esta cultura es totalmente normal que después de la primera eyaculación él continue siendo tratado como una víctima por otra mujer que constantemente lo cubre de orina o excremento mientras mancilla su rostro.
A partir de esta impresionante y distinta forma de vida se ha hecho un análisis sociológico exhaustivo para comprender que las costumbres de los habitantes de las islas de Trobriand están fundamentadas en un sistema de maternidad, del cual, evidentemente, las mujeres son responsables, por lo que sus tradiciones neolíticas son mas bien parte de una intimación por parte del género femenino que ha comprendido la procreación como un poderío sobre los hombres de su misma aldea.
Finalmente, lo que muchos han señalado como un abuso, una forma de esclavitud o una práctica criminal, otro científicos, psicólogos y escritores lo han comprendido como parte de las disecciones que existen entre las emociones universales y el lenguaje particular de cada región o cultura.