Ismael Cabrera, 33, un latino en EEUU, había pasado una semana difícil en el trabajo. Tras dos negocios fracasados y el creciente rumor de que muy pronto despedirían a un hombre del área de finanzas, el empleado miró la hora en su reloj, vio que ya eran las seis y salió a la calle maldiciendo al mundo entero.

-Es obvio. –Se dijo mientras caminaba hacia el auto. –Hay un solo hombre en finanzas en esta empresa de mierda, y ese soy yo.

Abrió la puerta del carro, se lanzó sobre el asiento del piloto y arrancó el motor. El termostato marcaba apenas 2 grados aquella tarde de invierno y Cabrera pudo sentir el frío en el manubrio congelado. Pocos segundos después, se encontraba conduciendo errático por las calles de la ciudad.
-Ya está dicho. –Pensaba mientras tocaba la bocina en medio de la congestión vehicular. –Me despedirán, quedaré en la calle, y mi familia morirá de hambre y de frío…

Veinte minutos después, se encontraba estacionando el vehículo a la salida de su casa. Ya era viernes y, al menos, tenía dos días de relajo para olvidar las desgracias que ocurrían en su trabajo. Vería a su esposa, cocinarían juntos y tal vez, quién sabe, hasta harían el amor. Entonces, introdujo la llave en la manilla de la puerta y, de pronto, antes que pudiera abrirla por completo, escuchó una voz chillona desde el otro lado.

-Yo te lo dije, Sandra. –Decía la voz. –Debiste haberte casado con Flavio que era apuesto y tenía mucho más dinero que Ismael. Él sí valía la pena.

Cabrera, entonces, entendió que su suegra estaba de visita.

Dicho y hecho. Una mujer robusta discutía con la esposa de Cabrera en la entrada de la casa. Vestía pieles de animal, tenía la cara estirada con botox y bebía una copa de champaña mientras maldecía sin filtro a su hija por haberse casado con el empleado que estaba a punto de ser despedido.
Cabrera, entró cabizbajo a la casa desechando la idea de cocinar y de tener una noche de pasión junto a su esposa. Nada de eso sería posible.

-¡Hablando del rey de Roma! –Dijo la señora cuando lo vio. –Sandra, aquí llego tu esposito…

-Hola señora Marta… –Saludó Cabrera ante la mirada de desprecio de su suegra.

Sandra saludó a su esposo y los tres, suegra, marido y mujer, se instalaron junto a la chimenea.

-Cuéntame, por favor, Ismael. ¿Cómo va la ampliación de la cocina de la que tanto has hablado? –Preguntó la señora Marta tomando asiento en el sofá.

-Pues…

-¿Pues qué?

-Pues bien, supongo, suegra.

-¿Tienes el dinero para pagar los materiales y la mano de obra?

-Estoy ocupándome de eso, señora Marta. –Insistió Cabrera, completamente sumiso. Pero detestando con el alma a su suegra.

-Ocúpate rápido, mira que Sandra no puede seguir cocinando en ese antro que tienes ahí.

-Me ocuparé… -Finalizó Cabrera clavando la mirada en la piscina al otro lado del ventanal. Parecía un témpano en medio del jardín.

-¿Y el trabajo cómo va, Ismael? –Preguntó nuevamente su suegra, pero esta vez, el hombre no contestó. Más bien, permaneció con la mirada fija en el agua mansa de la piscina. Debía estar congelada en esa época del año.

-¿Ismael? ¿No me oíste? Te pregunté cómo te va el trabajo. –Insistió la señora Marta. Sin embargo, Cabrera se rehusaba a contestar.

-¿Qué le ha pasado a tu esposo, Sandra? ¿Ahora es mudo que no habla? -Preguntó a la joven mujer subiendo cada vez más el tono.

Se produjo un momento de tensión, Cabrera miraba la piscina fijamente y la suegra gritaba mientras sostenía la copa que salpicaba champaña por todas partes. Caía la tarde y él bien lo sabía; ese fin de semana sería un caos.

De pronto, el hombre quitó la mirada de la piscina, se levantó y clavó ambos ojos en los de su suegra.

-Señora Marta. –Le dijo amablemente. – ¿Le gustaría a usted meterse en la piscina?

-¿Cómo dijiste? –Preguntó su suegra, extrañada.

-Que si acaso le gustaría meterse en la piscina. –repitió Cabrera y la señora Marta ardió en cólera.

-¡Pero! ¿No ves el frío que hace? ¡¿Acaso eres estúpido?!

-Pues, suegra, perdóneme… Pero como usted realmente se mete en tantas cosas, no me extrañaría que también quisiera meterse a chapotear un rato en el agua de la piscina. Sé que está helada, pero mientras quepa adentro…

Cayó la champaña y junto a ella lo hizo la señora Marta, completamente desmayada…


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